Seis grandes cómics 'made in Spain' para regalar por Reyes
Este puñado de tebeos pueden convertirse en un regalo de última
hora o en una apuesta segura para aumentar nuestra estantería con género
de calidad
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En España ocurre que hay más
dibujantes que lectores. Aunque es manifiesto que este país ha dado y da
al medio artistas de una altura estratosférica, alguna extraña razón
impide a sus habitantes interesarse sinceramente por los tebeos, a los
que también podemos llamar cómics, historietas e incluso, con perdón,
novelas gráficas.
El de las viñetas es un lenguaje
indomable, por eso no se deja denominar definitivamente y prefiere vivir
un poco al margen. Como sea, el talento está ahí y no se detiene. Vamos
con algunas recomendaciones que resolverán con elegancia regalos de
última hora, pondrán una sopa caliente en la mesa del dibujante y sobre
todo nutrirán al que las atienda.
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Un hermoso combate
Si es cierto que la letra con sangre entra, he aquí un par de opciones que toman el contacto físico como tema central. El boxeador es un ejercicio a cuatro manos que son las de Manolo “Man” Carot y Rubén del Rincón, un par de pesos superwélter
del tebeo nacional, ambos con media profesión hecha en el bendito
mercado francés, que en este cómic reversible desarrollan dos historias,
las de dos púgiles y sus circunstancias, que convergerán en el corazón
de este libro que trae una experiencia de lectura singular.
El boxeador
se desarrolló sin editor a la vista, de espaldas a las solicitudes del
mercado, y se nota en la libertad con que los autores se explayan en sus
recursos. Manolo Carot, sin perder el inestimable y amargo candor que
baña todas sus obras, parece haber consumado su aprendizaje en el manga y
se fuga hacia un dibujo que se mira en gigantes como Boucq, a los que
por momentos alcanza. El dibujo campesino y abundante de Rubén Del
Rincón deja claro que su autor es uno de los mejores artesanos del
momento, entendiendo como artesano alguien mucho más generoso que un
artista.
Juntos se adueñan de los tópicos del boxeo
para devolverlos novísimos, incorporados a personajes que funcionarían
en cualquier otro contexto. El gran triunfo del libro es un tono
cómplice de fondo que capacita a los autores para, en lugar de la mera
competición, dar lo que ha de dar un buen combate, una hermosa suma de
fuerzas, en este caso con vislumbres de sinfonía. Está claro que van a
tener que compartir el título.
Más interesado en las artes marciales que en el deporte de combate, Víctor Puchalski ofrece en Enter The Kann
un cántico demencial que invoca en grafismo e intenciones a Frank
Miller, Paul Gulacy y otros jefes de las patadas voladoras para
manifestarse como artefacto excesivo.
Un sencillo street fighter
de la vida que en cero coma entrega a la causa cualquier guión posible y
se enajena hacia la épica absurda y el macarrismo cósmico. Lo hace
poniendo en juego mecanismos de serie zeta, manejando arquetipos de
feria y zambulléndose a pulmón libre en una exploración estética que se
pasa por la brenca todas las filosofías. Una cosa muy molona. Puro jazz
con indumentaria hardcore.
Dinámicas de grupo
Gastrobares y espacios culinarios, literatura confesional, baladas
benéficas, exposiciones de arte contemporáneo, cháchara de
autosuperación. Contra toda esa inmundicia, por fin un cómic
generacional que pone en evidencia la gran estafa cultural de la que nos
creemos parte.
Removidos,
primer álbum firmado por el misterioso tándem Ego y Alter, es vitriolo
puro. Un cómic coral que chapotea entre el ensayo, la comedia de
situación y el estudio antropológico pormenorizado. Aunque es de un
dibujo poco tratable y por momentos se sofoca en su obsesión por
compilar todas y cada una de las neurosis de nuestro tiempo, Ego y Alter
mantienen el tipo, recobran el equilibrio en cada página.
Permanecen en el alambre para finalmente ofrecernos una disección
despiadada y muy pertinente de la fatuidad de la escena "creativa", que
según nos servimos hoy del término incluiría a coolhunters,
artistillas audiovisuales, cinéfilos, críticos de mierda, vividores
antisistema, productores, modernitos de palo, escritorzuelos de
microrrelatos, marchantes de arte, poetastros de provincias, plumíferos y
hasta fotógrafos en blanco y negro.
Muy lejos en intenciones, o tal vez no tanto, la furia gráfica habitual de David Rubín es conducida en Gran Hotel Abismo
por un guión de Marcos Prior que se adscribe al estimulante género de
la soflama. Una sátira con la prestancia habitual de Prior (mucho más
que un guionista, todo un termómetro de precisión en el zeitgeist), que en los lápices de Rubín se crece en alarido rabioso. Gran Hotel Abismo
toma la violencia estructural a que nos someten los mercados
financieros y sus Estados subordinados para encauzarla hacia el
estallido callejero.
Presentado en un formato
apaisado que funciona como flecha ardiente y da el tiempo simultáneo a
la circunstancia que vivimos, con Frank Miller como modelo a parodiar y
una exploración del color que se fija en la gloriosa Lynn Varley del Batman DK2, Gran Hotel Abismo
se lee como un rayo de esperanza y dignidad, una sacudida para que
dejemos de hacer el canelo aquí y salgamos a la calle con nuestra cajita
de cerillas mojadas.
Delicatessen
El canario
Rayco Pulido es un autor cerebral que lleva años espigando los secretos
del lenguaje de la historieta en una carrera pausada pero segura hacia
la excelencia. Aunque llevaba años al tajo, fue cuando entregó Nela hace
tres, su adaptación de la Marianela de Galdós, que muchos empezaron a
considerarle. Con Lamia, su nuevo e intrigante trabajo, no deja lugar a dudas de que es uno de los notables del panorama nacional.
Lamia
se sitúa en la Barcelona de los años 40, por cuyas calles nos conducirá
la treintañera Laia, guionista para el consultorio radiofónico de Elena
Bosch, todo un fenómeno de masas. Laia está esperando un bebé y en la
ciudad se están cometiendo unos crímenes que traen de cabeza a Mauricio
'Herr Doktor', un detective privado que también se ocupa en un misterio
particular que angustia a la protagonista.
Rayco
elabora una minuciosa crónica negra que condensa la atmósfera de un país
cautivo de sus mentiras. Lo hace con metodología clásica, tomando el
instrumental de Chester Gould y de Martí por extensión, hermanándose a
otros dibujantes de la tiniebla como Keko y tutelado por el cine de
Fritz Lang o el costumbrismo turbio de un Claude Chabrol. Su dibujo es
esquivo y de inspiración técnica, de linea clara pero alma ocre, y de
alguna manera nos atrapa con su goteo de informaciones y pequeños
gestos. Lamia es un relato que agarra al lector
desde la primera página para entregarle un recado íntimo que brota de
esta tierra tan bien abonada para el tremendismo.
En
una liga muy distinta juega Conxita Herrero, una joven autora que no
parece contaminada de los vicios e inercias del lector de cómic y que en
su obra husmea la expresión inmediata, el hallazgo desnudo y la poética
al vuelo.
Gran bola de helado
es un libro que se busca la melodía. Cerca de veinte historietas breves
que funcionan como teselas de un paisaje subacuático, el que por ahora
define a una dibujante que si un día decide hacer elocuente el color,
servirse de él como texto, puede llegar a convertirse en una de las
grandes.
Aquí ofrece fragmentos impulsivos,
historietas que tararean melodías autobiográficas pero declinan el
melodrama para aproximarse a la canción pop, donde chicas y chicos
alternan con gatos, fantasmas, botellines y camas rojas, entre ellos o
consigo mismos.
Trámites cotidianos de dibujo
lacónico y alegre, que merodean los puntos muertos de las relaciones
humanas y padecen de pronto unos vértigos visuales que los conducen sí o
sí a la certeza de la palabra. Una de las sorpresas más gratas de la
temporada.
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